
Después de más de un año vuelvo a pisar un supermercado. Esta vez el listado de productos se reduce a uno solo. La vacuna.
Mucha angustia y expectativa se concentran en un simple e imperceptible pinchazo.
Por razones de seguridad me tengo que quedar quince minutos más acá sentado. Me duele el alma. Se me acelera el corazón. Me lloran los ojos. Sobreviviré.
Celebro que la humanidad haya desarrollado una vacuna efectiva y en tiempo récord. Pero para mí ya es tarde. Mis viejos no volverán, y aunque este pinchazo sea una garantía ya hay algo dentro mío que murió sin siquiera contagiarme.
Me vuelvo a casa. Feliz. Triste. Agradecido.